domingo, 12 de diciembre de 2010

Demetrio Vallejo,ética y sindicalismo

Demetrio Vallejo,
ética y sindicalismo

Ricardo Guzmán Wolffer
A Gerardo Acosta

Para muchos, hablar de sindicalismo es sinónimo de falta de ética y de principios (no sólo sindicales) y muestra del peor abuso y enriquecimiento. Cuando se mira la figura de Demetrio Vallejo (1910-1985), un líder sindical auténtico, aquella percepción crece por contraposición, pero también se logra apreciar más la figura, en la crónica y en la leyenda, de Vallejo y sus andares.
Junto a presos políticos de la celda “L” del Palacio Negro de Lecumberri, 1959. Foto: Hermanos Mayo

En este año de festejos oficiales errados, donde se privilegia lo anecdótico, quizá precisamente para evitar el análisis de los muchos fondos que forman al México presente, entre los cuales sin duda está el de las fallas oficiales y el de los logros populares, bien viene recordar figuras públicas como Vallejo, pues su impacto social es muestra de una democracia bien entendida: surgida de movimientos de base, nacido en la búsqueda de un bienestar gremial (la demanda de un salario justo, reclamo que evidentemente es actual), se desarrolló hasta integrarse a la única forma oficial para aportar su visión al México que le tocó vivir: el de la partidocracia. Fundó el Partido Mexicano de los Trabajadores (PMT) con Heberto Castillo. A ese instituto político también perteneció el general Lázaro Cárdenas, entre muchos otros destacados pensadores. No faltaron los que sacaron provecho propio. Después fue expulsado del PMT por sus ideas, tal vez por su participación en el conflicto de la ahora Cooperativa Pascual.

Junto a Heberto Castillo en el IV pleno nacional del PMT, 1982, México, D.F.

La partidocracia no le funcionó del todo, pero Vallejo era un convencido de la legalidad y, según narra él mismo, la intención de crear tal partido era para representar a las “masas” y lograr un contrapeso contra “el único Partido Político de masas –de masas acarreadas, claro, compradas o amenazadas”. En 1985 resultó electo diputado federal por el Partido Socialista Unificado de México (PSUM). Falleció ese año.

Su aportación a la partidocracia no era gratuita. Luego de haber sido detenido durante el gobierno del presidente Adolfo López Mateos, en 1959, permaneció encarcelado por más de once años, entre la cárcel de Lecumberri y la penitenciaria de Santa Marta Acatitla. Y no salió por haber sido considerado inocente: lo liberaron por la derogación del delito del que se le acusaba. La maniobra política era inocultable.

Vallejo transitó la “democracia” mexicana por caminos diversos, incluso los establecidos. Releer su elogiada trayectoria en la búsqueda de logros colectivos deja mal parados a varios “líderes” sindicales. La historia lo ha puesto por encima de varios “representantes” famosos. Con Vallejo, como con todas las figuras populares, se da la dicotomía de la leyenda y de la realidad, de lo que se habla de él y de quien en verdad era. Los datos objetivos son fáciles de analizar: sobran registros de cuándo inició su labor sindical, qué logros tuvo al frente de los ferrocarrileros, cuánto tiempo y con quién estuvo alojado en el Palacio Negro de Lecumberri (a diferencia de actuales secretarios generales de sindicatos, que se alojan en hoteles dentro y fuera del país, bajo la falsa representación y a costa de las cuotas sindicales); en fin, es fácil documentar hechos y fechas. Y a muchos les bastarán esos datos para establecer que Vallejo es una figura señera de las luchas populares, una imagen que ha sido subestimada en su verdadero alcance, y que bien valdría la pena hablar de él a las nuevas generaciones que desconocen por completo el valor de los organismos sociales como generadores de ideas libertarias, para la sociedad y, sobre todo, para el individuo.

Actos que hace cincuenta años eran apreciados y valorados como de excepcional simbolismo, en la actualidad carecen de esa trascendencia. ¿Cómo justificar ante las nuevas generaciones los valores patrios cuando la realidad ha mostrado que la clase política, encarnación inmediata del concepto de “Gobierno”, es incapaz de proteger aspectos esenciales de cualquier “país democrático”? De la seguridad y acatamiento, mediante la creación de condiciones que las propicien y hagan respetar, de las garantías individuales, ya ni hablamos. La principal falla actual es la percepción, muy justificada para miles de mexicanos, de que gobierno y sociedad no forman una entidad: son dos antagonistas capaces de engañar y enfrentarse con la fuerza que cada uno tiene; peor aún, no necesariamente hay que ser gobierno para ser enemigo social. Los forcejeos legales entre compañías telefónicas y televisoras por los espectros radiofónicos y medios de comunicación, auspiciados por el favoritismo de la secretaría federal encargada de “vigilar” que tales actos sean realizados conforme a derecho (lo que debería privilegiar el interés público, pues la premisa esencial de cualquier derecho democrático es el de la igualdad y la equidad para beneficio de todos y no sólo de unos pocos), es un ejemplo burdo de cómo la sociedad es separada por el propio gobierno (o despreciada), de los objetivos que a éste deberían guiar para velar por aquélla. Y de esto también hablaba Vallejo; con la diferencia de que él, y sus miles de seguidores, pasaban de lo conceptual a la acción.

Vallejo forjó a generaciones de luchadores sociales: a todos bajo el ejemplo personal, a muchos bajo su pluma, que destaca como perspicaz. Sobre lo primero, sobran las crónicas; sobre lo segundo, se cuenta con los dos tomos de Obras de Demetrio Vallejo, editado por la Sociedad Cooperativa Trabajadores de Pascual, S. C. L., que resultan esenciales para conocer con detalle el pensamiento de un líder sindical que pagó con cárcel la dignidad y la credibilidad como representante, a diferencia de muchos otros que lucran sin pudor con el trabajo y el despido de sus “representados”.
Demetrio Vallejo con ferrocarrileros celebrando el triunfo del 22 de agosto de 1958. Fotos: Tomadas de Obras de Demetrio Vallejo, Tomos I y II editados por la Sociedad Cooperativa de Trabajadores de Pascual, 2009

Repartidos en dos tomos, los trabajos de y sobre Vallejo inician en 1959 y culminan en 1980. Contienen reportajes sobre él, entrevistas que le hicieron, crónicas sobre sus quehaceres y, quizá lo más importante, la recopilación de sus escritos. Vallejo era hombre de acción y no sólo en las calles y ante los sindicalistas lacayos, también gustaba de dar respuesta puntual a sus detractores. Además, como pensador privado de la libertad, encausaba en la pluma la lucha personal que nunca se detuvo con las puertas de Lecumberri. Si López Mateos desconocía la vieja máxima de que una mente no puede ser encarcelada, Vallejo habría de demostrarlo. En septiembre de 2008 se le hizo un reconocimiento póstumo en la Cámara de Diputados. Sería difícil saber qué tan cómodo se habría sentido Vallejo con ello, pero es claro que esa reivindicación tardía tampoco logró insertar en la oficialidad a la figura del líder ferrocarrilero.

Las crónicas de Vallejo resultan en un análisis inmisericorde a la estructura gubernamental que, a nadie sorprende, continúa con las mismas tácticas de engaño y de represión que hace cincuenta años. Que el propio Gustavo Díaz Ordaz dijera en su informe de gobierno del 1 de septiembre de 1968: “no admito que existan ‘presos políticos’” apenas resultaba la punta del iceberg.
Como buen representante popular que sabe que de nada sirven los convenios laborales si no se reflejan en prestaciones con números exactos, a Vallejo le gustaban las cifras. Sus escritos contienen datos objetivos que justifican sus argumentos. Para mostrar los saqueos empresariales, daba cifras; para evidenciar la mentira en la propaganda gubernamental, mostraba cómo el número de detenidos y desaparecidos durante la represión sindical ferroviaria (1959) simplemente no coincidía con los datos oficiales. La insistencia oficial en mentir hoy sigue en las cifras y en el discurso. Por eso no extraña advertir la justificación de la represión sindical: en abril de 1959 la revista Guión documentaba el alegato del entonces procurador general de la República, quien establecía que el movimiento ferrocarrilero no era sólo “un simple movimiento de carácter obrerista”, ya que buscaba “fecundar otras organizaciones obreras para lograr el derrocamiento del gobierno de la República y después dictar una nueva Constitución para México… planes ideados… por un país extraño, en contra de México y de todos los países de América”. El servilismo en la Guerra fría era inocultable, también lo insostenible del argumento. Además, la represión no se limitaba a los obreros: se documentan las memorias de diversos trabajadores que dan nota de la represión en los barrios donde vivían los ferrocarrileros: en las colonias capitalinas Guerrero y Vallejo se prohibía que en la calle se reunieran más de tres personas.
Sus caminos no fueron exclusivos para los ferrocarrileros. También ayudó en el hasta ahora último movimiento sindical con verdadero respaldo popular: el de la hoy Cooperativa Pascual. Por otra parte, al establecer la necesidad de contar con la participación de las mujeres en la vida política, se adelantó a su época al establecer la necesidad de legalizar el aborto, como ya sucede en el DF, por estimarlo como un problema de salud pública, al considerar que obligar a las mujeres a practicar ciertos métodos anticonceptivos (como la píldora) es una agresión física.

Sin embargo, la obra de Vallejo muestra que atrás de su mirada meticulosa y preocupada por los pesos y los centavos había una visión de hombre de Estado; estaba la claridad en lo conceptual sobre los hechos que testificaba y lo que atrás de ellos era manifiesto: la lucha por un proyecto de nación. Al ser entrevistado por la revista Política habla de la represión ferrocarrilera, pero no sólo como la hecha por un gobierno preocupado por mantenerse en el poder, sino como una basada en una concepción de la derecha voraz: para Vallejo esa lucha era simbólica, los trabajadores no sólo eran parte de un gremio que laboraba en uno de los servicios indispensables para el funcionamiento de la vida nacional; eran la representación de la izquierda más temida por la oligarquía: una combativa y convencida de su ideario, una izquierda organizada y respetuosa al interior, una izquierda dispuesta al sacrificio para lograr sus metas. Esa claridad justifica el escrutinio del propio movimiento. El emblemático Lombardo Toledano no sale bien librado de la mirada de Vallejo, quien lo calificaba de “cómodo y simplista”; tampoco los cofundadores del PMT, como Paz y Fuentes. Pero, al final, el discurso de Vallejo atina irrefutablemente: quienes alteran el orden público no son esos “pequeños grupos de provocadores de izquierda”, sino la oligarquía financiera y los políticos demagógicos adueñados de la administración pública, quienes desean “conservar y acrecentar sus mal habidos fabulosos intereses económicos a costa de la reducción del poder adquisitivo de los salarios”.
Ese análisis de Vallejo tiene cincuenta años. Tristemente, el tiempo le ha dado la razón: comparar la calidad de vida del grueso de la población mexicana de entonces con la actual dará saldos lamentables en materia económica, en materia de salud, en materia de seguridad y, sobre todo, en materia de idearios y de compromiso político y social. Tener al hombre más rico del mundo y a millones de personas sin la posibilidad de acceder a las condiciones más esenciales de vida, es una muestra de cómo aquél profeta decía verdad. Poco habló sobre la criminalidad pero, en el actual contexto, el hecho de que el Chapo Guzmán aparezca en Forbes como uno de los empresarios exitosos de México, sólo denota la calidad moral de esa oligarquía que se “exhibe al desnudo y lo presenta tal como era, como es y como será en lo futuro”.
La actualidad del pensador Demetrio Vallejo es irrebatible. De ahí la necesidad de su revisión conceptual ante la ineludible necesidad de que la partidocracia de la verdadera izquierda mexicana logre representar a quienes comparten una ideología, aunque sea en forma genérica, donde se privilegie la búsqueda de un país basado en la equidad; pero también que se vuelva un contrapeso real para quienes tienen un proyecto de nación basado en el saqueo y la impunidad, en el privilegio de unos pocos sobre el abandono de millones.
Por eso Vallejo sigue transitando con su ejemplo y sus ideas el imaginario colectivo en este centenario de su nacimiento y del de la Revolución que no llega.

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