Calle frente a la entrada de la Iglesia de la Concordia (Orizaba, Veracruz, México. Diciembre 2010)
Jorge Moch tumbaburros@yahoo.com
Coherencia sepulta
Tengo la tez morena, pero hermosa,
muchachas de Jerusalén,
como las tiendas de Cadar,
como los pabellones de Salomón.
No os fijéis en mi tez oscura,
es que el sol me ha bronceado
Cantar de los Cantares, cap.I, vers. 5 y 6
muchachas de Jerusalén,
como las tiendas de Cadar,
como los pabellones de Salomón.
No os fijéis en mi tez oscura,
es que el sol me ha bronceado
Cantar de los Cantares, cap.I, vers. 5 y 6
Constante en la historia de México, herencia directa del colonialismo español y a pesar de haber sido atenuado por los primeros gobiernos de las reyertas e interinatos postrevolucionarios, el ejercicio paulatino de la intolerancia religiosa católica es lógica consecuencia de aquellas modificaciones constitucionales con que la presidencia de Carlos Salinas obsequió a Girolamo Prigione (entonces nuncio del Vaticano en nuestro país) y sus operadores políticos, anuencia de facto que ha permitido a la clerecía, en obtusa visión del México de hoy, refrendar presunción de guía moral en una sociedad que en no pocas vertientes de lo cotidiano la ha rebasado desde hace tiempo. Indicios, indicios claros de que vamos de la diestra de los conservadores con la celeridad de un relámpago incendiando el aire del Bajío. Pero, ¿estuvimos realmente del lado izquierdo?, ¿cuándo?, ¿durante la multicacareada Revolución?, ¿cuál? La de octubre se apagó con la de agosto, mientras que la guerra civil mexicana arrojó más bien saldos de opereta cruel, interinatos efímeros y feroces, arrebatos genocidas, asonadas fanatizadas. La Revolución es apenas amargo recuerdo para la burguesía que ha logrado mantener su abolengo y un odioso capítulo que nuestros niños se ven obligados a memorizar, para que un maestro sin vocación les siga alimentando los malos hábitos del estudio; al fin y al cabo van a acabar de mano de obra barata en alguna maquiladora. Con la Revolución yerta murió el rescate de lo nacional, los gringos cada día más dueños de nosotros. Nuestros jóvenes y niños cada vez más ignorantes y apáticos, devorados por lo trivial, embobados con la televisión. Nuestros ancianos un poco más relegados, más olvidados a cada momento. La economía, sostenida con alfileres de importación y panaceas de bisutería, como la privatización irrestricta de los recursos estratégicos.
Mientras, pan y circo de ascendencias sobrenaturales y apapachadoras, maternalistas, porque ante la indefensión psicológica de la propia responsabilidad histórica, el mexicano siempre antepone el cobijo del más allá, sea gubernamental o divino. Del cacicazgo a la bendición mariana, las televisoras se desgañitan en coros eclesiales al santo inexistente festejado hace tres días, igual que con la mariofanía guadalupana hoy celebrada, de linaje tan distinto al diseñado por el astuto Zumárraga en 1531 (fascina a este aporreateclas cómo se pasa por alto el caudal de despropósitos en torno a la leyenda guadalupana, empezando porque la relatoría canónica del culto, el Nican Mopohua, data de 1649, lo que la sitúa en un limbo de 118 años, y esto en una época en que no había grandes archivos, ni bibliotecas, ni sistemas de información). La gente no quiere saber de la virgen negra de Puebla de Cáceres, a las orillas del Río de los Lobos –en fonética árabe Guad a lupe, resabio idiomático de la ocupación mora–, no quiere saber del cabrero Gil, cuya tumba exhibe todavía la inscripción en la lápida: “Hic Jacet [Aquí yace] Don Gil de Santa María de Guadalupe [posteriormente se borraría en documentos históricos la falsa hidalguía de su nombre y se restituiría el original, Cordero] a quien se aparezio esta Santa Ymagen. Fue natural de la Villa de Cazeres.” Nadie quiere saber que esa aparición, la original, nunca fue reconocida por Roma pero sí se expidió el permiso necesario para cobrar por peregrinajes y peticiones milagreras. Nada se dice de que el mito mexicano bien pudo formar parte de una cuidadosa planeación estratégica que recicló métodos utilizados en España en la guerra ideológica contra el islam. No quiere la feligresía saber que desde su inicio no ha sido más que un negocio, un gran negocio y nada más, y que la prueba fehaciente de ello es la situación lamentable, los retazos sanguinolentos que padecemos del país preferido por la virgen morena.
Nada en la tele del Concilio de Éfeso del año 432, de la anterior inexistencia de la Virgen María como tal. Nada, tampoco, de los venturosos ciento cincuenta años de que Benito Juárez dictó la separación entre Iglesia y Estado y la verdadera libertad de cultos, que todos debimos conmemorar el cinco de noviembre. Vivimos prendados del entreacto histórico y de un mito mal ensamblado pero impuesto como rasgo nacional, idiosincrásico. No está mal si vemos al país desde ese ángulo que mezcla barbarie y ópera bufa. De otro modo que no sea así, caricaturesco, burdo, será siempre inexplicable la calaña que nos desgobierna desde hace tanto, tanto tiempo.
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